El silencio inundaba la aldea. Sentía cómo todas las miradas se centraban en mí y los rayos del sol actuaban cómo un foco iluminándome. Comenzaban los cuchicheos y luego apartaban la vista de mí disimuladamente. Continué caminando con rumbo a la panadería de mi padre, esquivando a aquellos que escasos segundos antes quedaron mirándome. Me resultaba bastante incómodo que la gente del pueblo me mirase cómo un bicho raro, pero en realidad, me lo merezco. Cuando decidí entrar en el mundo de James ya sabía a lo que me enfrentaba: a los cuchicheos continuos y a las burlas. “Un ángel enamorado de un demonio, que estupidez”, “Cómo se le ocurre semejante tontería, es peligroso”, “Deberían de haberla matado por haber puesto al pueblo en peligro”, “Esa es la chica que dejo a su hermana morir”. Creedme que me ha resultado muy duro todo esto, pero ya no hay nada que pueda hacer. Algún día desapareceré y me perderé por el mundo, pero de momento, debo aguantar y enfrentarme a las consecuencias de mis actos.
Una suave brisa ondeaba mis largos y dorados cabellos a la vez que chocaba contra mi pálida y brillante piel. El sol hacía relucir mis azulados ojos y marcaba aún más mi pequeña sombra. Seguí caminando hasta llegar por fin a mi destino y me acerqué a la puerta de madera de la panadería. Tiré de ella fuertemente y me adentré en la habitación con pasos sigilosos. De nuevo volvió el silencio y todos los vecinos que estaban dentro comenzaron de nuevo con los cuchicheos. Miré de un lado a otro con la mirada perdida y seguí caminando hasta acercarme a mi padre, que se encontraba detrás de un pequeño mostrador de madera de pino al final de la tienda. Este me miraba fijamente con la mirada cargada de ira. Me colé detrás del mostrador y dejé una barra de pan sobre este. Me anudé un delantal blanco con bordados a la cintura y salí de la tienda, dirigiéndome a la despensa en busca de un paquete de harina. Mi trabajo era ayudar a mi padre con la tienda, sustituyendo el puesto de mi hermana. Me costaba hacerme a la idea de que, en cierto modo, yo era un reemplazo.
Entré en la pequeña despensa abriendo la puerta bruscamente. Allí estaba Sam. Él era unos de los panaderos que trabajaba junto a mi padre y, en un futuro cercano, mi marido. Era un chico bastante alto, con el pelo color miel y los ojos de un marrón muy intenso. Siempre le consideré uno de mis mejores amigos, pero tras mi relación con James, mi padre creyó conveniente obligarme a un matrimonio forzado. Y así fue; estoy obligada a casarme con Sam y, cómo es lógico, no me hace ninguna gracia tener que acatar ninguna orden de este tipo. - Amanda –dijo levantándose de un pequeño taburete, clavando su mirada sobre la mía-
- ¿Puedes acercarme un paquete de harina, por favor?-dije arisca, evitando su mirada-
- ¿Qué te trae por aquí? Hace tiempo que no te veía –esbozó sujetando un paquete entre ambas manos, que acababa de coger de una de las estanterias-
- Ya era hora de salir de casa –dije arrebatándole el paquete, aún sin mirarle a los ojos-
- Me alegro de verte –dijo con una amplia sonrisa. Yo me limité a asentir, sin tornar la expresión de mi cara- ¿Por qué estás así conmigo? ¿Somos amigos, no?
- Por eso mismo, Sam. Somos amigos y no quiero ser nada más –esbocé intentando parecer borde. Salí de la despensa dejándole con la palabra en la boca y di un golpe seco al cerrar la puerta. Me sentía mal hablándole así a Sam, pero todo esto me hacía perder el control de mis palabras. Sam estaba enamorado de mí desde hace ya bastante tiempo, por lo que nunca ha puesto pegas a la maldita boda, y eso, me ponía de los nervios. Nuestra relación no era igual que antes; había cambiado mucho.
Volví al mostrador. Ya no había gente en la tienda, sólo estaba mi padre trasteando con un par de cosas. Me coloqué tras este y empecé a ordenar un par de cajas, apilándolas una encima de otra.Cogí un currusco de pan y empecé a mordisquearlo a la vez que colocaba el paquete de harina sobre una estantería de pino. La puerta de la despensa volvió a abrirse y Sam se reunió con nosotros, rompiendo así el silencio que inundaba la sala.-Charlie, -dijo dirigiéndose a mi padre. Éste levantó la mirada- quizá no sea una buena idea obligar a Amanda a un matrimonio que ella no desea.
-No quiero discutir sobre esto –su voz se tornó más brusca de lo habitual y clavó la mirada en el suelo- Ya está decidido, es por su bien.
Yo me mantuve en silencio y seguí colocando más cajas, cómo si la cosa no fuese conmigo, cómo si no estuviese presente. Me limité a escuchar, no quería intervenir.
-No quiero que Amanda sea infeliz-susurró-
-Sam, ¿no te das cuenta del peligro que podía habernos causado a todos? –su mirada, un tanto llena de ira, se centró en la de Sam-
-Lo siento papá, siento decirte que la gente no elige de quién enamorarse –intervine levantando el tono de voz-
-¡Precisamente por eso te vas a aguantar y vas a estar con quien yo te diga! –su ira se centró en mí y un escalofrío lleno de odio invadió mi cuerpo- ¿No te bastó con haber hecho que matasen a tu hermana?
-Charlie, tranquilízate –intervino Sam con una voz melodiosa. Mi padre volvió a su expresión normal y se aclaró la garganta firmemente-
-Ya está decidido y no voy a cambiar de opinión–dijo finalmente- Iros a casa.
Me despojé rápidamente del delantal y lo dejé caer sobre la encimera, coloqué un mechón de mi pelo y salí firmemente por la puerta de la panadería, empujándola con fuerza y dando un portazo. El sol cegó mis ojos al salir y no recuperé la visión hasta unos segundos más tarde. Miré de un lado a otro y recuperé mi camino sin rumbo. No sabía a donde iba, sólo quería irme lejos y estar sola, lo necesitaba. Notaba cómo las miradas de todos los vecinos del pueblo siempre estaban posadas sobre mi,pero esta vez no me importó. Me limité a acelerar el paso cuando, de repente, alguien agarró mi brazo bruscamente impidiéndome seguir.-Amanda, no quiero que estés mal –esbozó Sam con un hilo de voz suave y los ojos vidriosos-
-¿Cómo no voy a estar mal, Sam? ¿Te has dado cuenta de cómo es mi vida? –susurré entre escalofríos, aguantando las ganas de gritar-
-Yo no tengo la culpa de esto –dijo exculpándose-
-Claro, la que tiene la culpa de todo soy yo ¿verdad? –mi tono de voz se elevó ligeramente y las lágrimas acudieron a mis ojos- ¿Crees que yo elegí de quien enamorarme? ¿Qué pasa, que ninguno de vosotros hubieseis luchado por el amor de vuestra vida?
-¡Pero él era un vampiro! ¡Una criatura del infierno! –su tono de voz se elevó hasta juntarse con el mío-
-¡Él era mi vida! –grité, deshaciéndome de sus brazos-
Salí corriendo entre la muchedumbre que se acumulaba en la plaza de la aldea y me dirigí hacia los bosques. No aguantaba más con esta situación, era demasiado para mí. El dolor se acumulaba en mis venas y recorría todo mi cuerpo. Continué corriendo hasta llegar, por fin, a uno de los puntos más altos de la montaña. Los pinos y las hayas cubrían todo el paisaje y al otro lado de la montaña, los acantilados brillaban con la luz del sol. Las nubes blancas inundaban el cielo y todo permanecía en un completo silencio. Avancé unos pasos hasta colocarme a escasos centímetros de uno de los acantilados y me dejé caer sobre el césped, contemplado el cielo azul y las hermosas vistas de Canadá en otoño.Necesitaba transformarme, mis alas presionaban desde el interior de mi espalda intentando salir, así que lo hice. Me incorporé de un salto y lo hice. Las enormes alas de color púrpura brotaron de mi espalda y mi piel se volvió bastante más pálida y brillante de lo que ya era habitualmente. Mis ojos cogieron un color más oscuro y relucían fuertemente. Di un pequeño salto quedando suspendida en el aire y emprendí el vuelo, esquivando varios árboles hasta adueñarme del cielo. Era mío, sólo mío. Allí era completamente feliz, flotando sobre la nada y atravesando las densas nubes. Sentía que nadie podía juzgarme, que era libre de hacer lo que quisiese sin que nadie pusiese ninguna pega. Era, sin duda, la mejor forma de olvidarme de todo o, por lo menos, intentarlo con algún resultado.